Castro Urdiales a Sonabia. 29.11.15
La Playa de Ostende |
Hace unos pocos días que está lloviendo a diario. Calabobos,
chirimiri o como quieras llamarlo. Hoy ha amanecido un día espectacular. Además
de ello, el mar está bravo. Hay olas de 5 m., aunque la baja mar es las 1 y
media. Bueno me decido a ir a Castro Urdiales para completar una etapa más de
la ruta costera que estoy grabando.
Al final he ido acompañado. Pensaba ir solo. Coger el
autocar en Santander a las 9,30 y a las 10.30 comenzar a caminar. Hemos ganado
un poco de tiempo.
Antiguo cargadero de mineral |
Salimos del Pabellón Peru Zaballa, al final de la playa de
Ostende. Allí comienza la ruta por un camino muy bueno y ancho. Tiene toda la
pista de haber sido una antigua traza de ferrocarril que llevaba el mineral a
un cargadero. Se observan trazas de las antiguas construcciones.
En ese lugar, en invierno como vamos, el sol se refleja en
el agua y nos ofrece alguna foto a contraluz de la playa. Al salir de la zona
del cargadero, nos metemos en sendero que discurre por el borde del acantilado.
Se borde el cementerio de Ballena, que sirve para toda la localidad de Castro
Urdiales.
Hay pistas o más bien caminos en tierra por los que se
cuelan coches todo terreno, motos y similares. Nosotros seguimos por el borde
del acantilado en dirección a la parte trasera de la depuradora de agua
residual de Castro Urdiales. La verdad es que no huele mucho. Parece efectiva.
La mar y sus olas |
Sin mucha incidencia llegamos hasta una ensenada en la que
teneos que retroceder ya que no hay continuidad en el sendero. Seguramente pasaríamos
pero trepando y agarrado a la roca. No merece la pena.
Salimos a la carretera y por el interior de la barrera de
seguridad. Tras pasar el cruce que entra a Allendelagua, entramos por un camino
y luego cruzamos un prado para llegar de nuevo al acantilado Nuestra intención es
caminar todo lo posible por el borde, hay sendero, no muy claro, pero útil.
Llegamos a la parte alta de una vaguada en la que, en el fondo, se observa un arroyo
que debemos cruzar. Pensamos en acercarnos a la carretera, sin embargo,
buscamos un sendero marcado y lo había. Por el bajamos al arroyo y a la orilla
del mar.
Rocas y formas. Mi compañera de marcha camina por el sendero |
Previamente en la parte alta, hemos observado un agujero de
gran tamaño en el terreno. Está vallado para que no se caigan los animales que
pastan allí en algunas ocasiones. Ese agujero suena con el flujo y reflujo del
mar. Es un bufón. No sabía que también los había por esta zona. Hemos visto
varios, algunos soplando con fuerza y con borbotones de agua. Y eso que estábamos
con la marea baja.
El arroyo, que bajaba bastante cargado, lo cruzamos como
podemos y seguimos nuestra ruta en dirección a Sonabia. En general vamos por
senderos en prados y por caminos de mies. Quizá haya algún punto en el que podríamos
haber ido más cerca de la mar, pero nos sentíamos a gusto.
Al llegar a Islares, vemos otro lugar en el que se ven
cartelas y vallas en la costa. Nos acercamos allí. Y seguimos la caminata.
Ahora el suelo es de “pasa por donde puedas”. Hay senderos que ahora se marcan,
al paso siguiente se pierden. Se trata de caminar entre rocas, pisando el espacio
entre ellas. En algún momento tiene que pisar sobre ellas, vamos como puedas. En
esta zona también hay que meterse por dentro de un encinar costero.
Bordeando y pisando este tipo de terreno, llegamos hasta Islares.
El último tramo antes de llegar a zona urbana –el Asador Erillo- es algo dificultoso
ya que hay que seguir pisando de muy mala manera en un lugar con una fuerte pendiente
hacia la mar. Lo hacemos.
Ensenada abierta a la mar |
De ese lugar, pos caminos asfaltados llegamos hasta la playa
de la ría de Agüera. Quisimos seguirla. Estaba en mara baja, pero llegaban olas
fuertes que nos mojaban los pies. Podríamos haber atajado un poco ya que más
adelante, hay una salida a la carretera. Creo que hubiese sido difícil cruzar
el río Agüera en la desembocadura, pero no creo que imposible. Quizá un metro
de profundidad. Hemos dado la vuelta completa para llegar a la otra margen tras
haber caminado más de 6 km.
Como no se puede por la playa subimos a la carretera. Por ella,
sin mucha historia llegamos hasta El Pontarrón. Hemos caminado por detrás de la
barrera de seguridad, por la derecha y cuando se ha hecho imposible, hemos
cruzado a la margen izquierda que es por donde se debe caminar en una carretera.
Tras cruzar el Puente sobre el río Agüera de la carretera nacional,
llegamos a un camino que sirvió para la construcción de las pilas del puente de
la autovía y para la construcción más reciente de un colector de aguas residuales.
El rio está muy remandado y las aguas apenas se mueven lo que me permitió hacer
alguna foto del puente y de las orillas dobles, con el agua como espejo.
Justo al cruzar por debajo del puente, se llega a un letrero
que pone “600 m Oriñón. Sendero del Zorrillo”, Por el me meto. Discurre por el
caballón de canalización de la ría. Al final cruzas por un puente y entras en
el barrio de Oriñón. Sigo bordeando. En algún caso de marea alta por donde he
pasado seguro que no hay posibilidad. Desde allí me acerco a la playa y camino por
las dunas en el norte entre ellas y la playa. Recorro así todo el lugar a unos 150
m de las últimas edificaciones. Son terrenos arenosos con vegetación dunar. Al
final hay una escalera por la que subo a la carreta que me lleva a Sonabia.
Desde la parte alta de la carretera hay magníficas vistas a
la playa de Oriñón. El borde la carretera dispone de un espacio protegido para
que el caminante disfrute de su acción. Tiene bolardos, muchos de ellos caídos,
pero casi todos en pie. De esta manera, siguiendo la carretera llegó a la localidad
e Sonabia, en donde me están esperando en choche para volver.
Algo más de 18 km caminados por la mañana. Para mí son más
de los que se habría hecho ya que no es necesario llegar a Sonabia. Lo más digno
de la marcha, los acantilados entre Castro e Islares. Con algún bufón que hemos
oído soplar con fuerza, a pesar de estar en marea baja.
Lo peor, bordear por la orilla dela carretera. No sirvió más
que para cansar a las piernas. Incluso malos olores de la ría.
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